La otra cara de la Operación Bocata
Hace unas semanas hemos sido testigos de cómo por nuestras facultades desfilaban grupos de compañeros que nos animaban a participar activamente en la salvación de un pueblo colombiano al que, por fin, y gracias al esfuerzo común (nuestro y de una ONGD), llegaría el agua corriente por medio de un acueducto. Dada la actual situación en Colombia, con numerosos grupos armados enfrentados, no puedo evitar pensar en la alegría de aquellas pobres gentes que por fin contarán con agua corriente para lavar sus muertos (que seguro no son pocos).
Hemos visto cómo se apelaba a nuestra sensibilidad y cómo se nos trataba de convencer de que nuestra aportación a la solidaridad podía resumirse en comer un bocadillo, que contribuiría a cambiar la realidad de alguien. Desgraciadamente uno puede comer bocatas hasta morir de arteriosclerosis y no por ello haber cambiado la realidad en un ápice. Aunque pueda parecer una perogrullada, el mundo es un todo complejo, en el que las relaciones y las comunicaciones internacionales abarcan casi todos los aspectos de las políticas económicas y sociales de las diferentes naciones, de modo que son estas relaciones las que conforman la trama de la realidad actual. Se puede ver el mundo como un complejísimo tejido en el que todos los hilos de la trama se entrecruzan en algún punto de tal forma que cualquier intento de tirar de uno determinado ha de ser cuidadosamente meditado, teniendo presentes las relaciones de éste con todos los adyacentes a él. Esto no parece ser lo que hacen buena parte de las ONGsD en las que el lema que aparentemente se sigue es piensa local y actúa local también.
Para entender la actuación de las ONGsD nada como un poco de historia: El llamado "primer Mundo" lleva unos 500 años enriqueciéndose a base del llamado "tercer Mundo". Esta explotación se ha metamorfoseado y ha cambiado de nombre, yendo desde el colonialismo inicial hasta la existencia de estados, teóricamente independientes, cuyas economías siguen estando directamente manipuladas por los de siempre, en lo que se ha llamado "proceso de globalización". Pero llega un momento en el que se plantea la necesidad de introducir cambios, ya que la miseria está mermando la rentabilidad de la intervención extranjera: por ejemplo, falta infraestructura que soporte la producción, muchos países tienen dificultades para pagar los intereses de la deuda externa, la formación de los trabajadores autóctonos no es suficiente, e importar mano de obra resulta demasiado costoso; la miseria crea focos de rebeldía, estallidos sociales, movimientos guerrilleros revolucionarios muy costosos de controlar… De modo que se hace imprescindible una inversión. Así pues, la ONU pide en 1968 a los países enriquecidos que inviertan el 0.7% del PIB en "ayuda" a los empobrecidos, y como consecuencia se crean los llamados fondos AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo).
Estos fondos tienen un doble mecanismo de gestión: por una parte son gestionados directamente por los estados donadores, en los que los gastos de administración alcanzan cifras desorbitadas, a los que hay que añadir las desviaciones por casos de corrupción, con lo que estos proyectos son ruinosos aun antes de comenzar su aplicación. Por otro lado, estos fondos se emplean como herramienta comercial, de modo que el objetivo primordial es "la obtención de retornos por la vía de venta de bienes y servicios", lo cual se refleja en que son los países más ricos (dentro de los pobres) los que más beneficios obtienen. Además, en ocasiones estos fondos son empleados para financiar la exportación de armamento militar a países en guerra. De este modo vemos cómo la AOD no es sino un mecanismo más de chantaje a los países beneficiarios de las ayudas, promoviéndose un aumento de la intervención económica que, por supuesto, es siempre favorable a los países "donadores".
Ante esta incapacidad y falta de voluntad de los gobiernos para impulsar un desarrollo que elimine estos desequilibrios sociales, desde diferentes organizaciones se proponen alternativas de iniciativa privada sin ánimo de lucro para concretar ayudas al desarrollo efectivas. Surgen así las ONGsD, que tienen una serie de ventajas: sus gastos de gestión son mucho menores, son capaces de recaudar fondos propios, trabajan en el lugar directamente, y se ponen en contacto con las poblaciones… de este modo se ha conseguido aumentar la eficacia en la lucha contra la miseria a nivel local. Pero esta situación degenera rápidamente, desde el momento en el que se van haciendo, cada vez, más y más dependientes de los fondos institucionales, de modo que se va eliminando la visión crítica que presentan, y sus posturas frente a los financiadores se suavizan, por lo que al final dejan de constituir un peligro para aquellos que se enriquecen a costa de la miseria ajena. Es dentro de este marco donde ha de ubicarse la labor de las ONGsD, y desde el que se pueden entender muchos de los defectos que se les achacan: servir como pantalla para ocultar la forma en la que el gobierno gestiona resto de la AOD, el beneficiar a ciertas empresas con la compra de materiales para los proyectos (esta puede ser la condición para recibir financiación), etc.
Pero la actuación de las ONGsD que quiero tratar aquí es la que tuvimos ocasión de comprobar activamente en la operación bocata. Cada vez más, nos acostumbramos a ver en la tele anuncios de niños que se mueren de hambre (tras los cuales alguna ONGD pide una aportación económica), o a recibir cartas en las que se nos pide nuestra contribución para salvar a los niños o las mujeres de …x… De este modo se ha creado la figura del socio. ¿Qué o quién es el socio? Es una persona que por algún motivo (ha visto un anuncio) ha sentido cierta inquietud por la miseria ajena y se ha planteado, en cierta medida, la necesidad de actuar de tal manera que se cambie esta situación. El problema es que no ha asumido un compromiso personal con una transformación de la realidad, sino que se ha limitado a permitir que sus inquietudes las encaucen otros: enajenamos nuestras inquietudes y nuestro sentimiento de solidaridad y permitimos que otros sean los que actúen por nosotros y decidan cómo ayudar. De este modo esas inquietudes se apaciguan y nuestra conciencia se adormece.
Resulta además que la información que se nos da es lejana: siempre hablan de los niños de Somalia, o de las mujeres de Afganistán, o de la selva del amazonas. Pero se evita cuidadosamente plantear el que hay empresas aquí que son las que promueven o apoyan esa situación. Esta memoria selectiva puede ir ligada a la situación de dependencia de las ONGD. Así pues, nunca surgen preguntas cómo: Si en Turquía hay violaciones de derechos humanos, ¿qué hace el estado español vendido armas a Turquía?; si Fujimori es un dictador, ¿por qué se anuncian con tanto énfasis las inversiones de Telefónica en Perú?; si la ecología nos preocupa tanto a todos, ¿cómo es que Endesa está construyendo inmensas empresas en Chile (que desplazarán a gran número de indígenas)?; si el problema de las drogas es algo que a todos nos afecta, ¿cómo es que el Estado Español tiene importantes negocios comerciales con el estado de Colombia, cuyo presidente se ha asociado directamente con los narcos?…
Ignorando todas estas cosas las ONGsD nos venden la moto de la solidaridad aséptica, que no requiere ningún tipo de compromiso personal, más aún ni tan siquiera requiere de nosotros que nos esforcemos por conocer, ya que ¿a quién le importa saber que son las FARC, o la coordinadora guerrillera Simón Bolívar, o conocer las relaciones de Samper con los narcos, o la existencia de las cooperativas CONVIVIR, o de las autodefensas, o las relaciones del ejército colombiano con los paramilitares, o la intervención de los EE.UU. en todo esto, o la ceguera de la comunidad internacional…, cuando comiéndonos un bocata lo vamos a solucionar todo?
ENTAÍNA les desea buen provecho